domingo, 7 de febrero de 2010

Dios necesita de los hombres


Domingo 5o. del Tiempo Ordinario. El misterio de la libre y gratuita elección de Dios permea las tres lecturas litúrgicas. Isaías es elegido durante una acción litúrgica en el templo de Jerusalén: "Oí la voz del Señor que me decía: ¿A quién enviaré? (primera lectura, Is 6, 1-8). Pedro, por su parte, percibe la elección divina en medio de su oficio de pescador: "No temas, desde ahora serás pescador de hombres" (Evangelio Lc 5, 1-11). Finalmente, Pablo evoca la aparición de Jesús resucitado, camino de Damasco, a él, "el menor de los apóstoles...pero por la gracia de Dios soy lo que soy" (segunda lectura, 1 Cor 15, 1-11).

Sólo un Dios libre puede apelar a la libertad del hombre. Sólo si Dios es libre, se puede hablar de elección, no de coacción. Los textos litúrgicos atestiguan la libertad divina en la elección de los hombres. Dios es libérrimo para elegir a la persona que quiera. Dios es libérrimo para elegir en el modo y en el tiempo que desee.

El único Salvador es Dios, pero los hombres son sus manos para distribuirla a todos los que la pidan, son sus labios para predicarla en las miles de lenguas de nuestro planeta , son sus pies para llevarla a todos los rincones de la tierra, sobre todo allí donde todavía no la conocen, aunque la anhelen vivamente. ¡Es un gesto imponente de la condescendencia de Dios para con la humanidad, de su infinito amor hasta rebajarse a ser mendigo del hombre!

Dios apela libremente a hombres dotados de libertad, una libertad que Él nos ha dado al crearnos y que debemos ejercitar para ser idénticos, para ser verdaderamente hombres. Dios no fuerza al hombre, ni lo hará jamás, a ser y comportarse como tal. El hombre puede usar su libertad para degradarse como las bestias, para renegar del mismo Dios que le dio la vida, para construir su existencia sobre el egocentrismo, para vivir sin esperanza. Ese tal no está disponible ante la libertad de Dios. Dios quiere que se realice como hombre, que se haga hombre, y él no está disponible, prefiere revolcarse en el lodazal de los cuadrúpedos. Dios le llama a construir su existencia y su felicidad sobre la entrega, la donación de sí, pero él no está disponible, no tiene oídos sino para las sirenas encantadoras de su ego, que le atraen y sofocan en él todo altruísmo, toda humana fraternidad. Dios quiere infundirle una esperanza de eternidad, de victoria de la vida sobre la muerte, y él tampoco está disponible, está tan apegado al tiempo y a la materia, que hasta considera impensable la eternidad, un más allá del tiempo, una vida feliz con Dios y con los hijos de Dios en el cielo. ¿Qué puedo hacer para estar siempre disponible para Dios, para que también otros estén igualmente disponibles? /Fuente: es.catholic.net


No hay comentarios: