domingo, 31 de enero de 2010

La misión cristiana


Domingo 4o. del Tiempo Ordinario. Jesucristo, Jeremías, Pablo: Tres hombres con una única misión, cuyo vértice es Jesucristo, plenitud de la revelación y de la misión salvífica de Dios. En efecto, Jesús es el enviado del Padre para la salvación de los pobres pecadores, sin distinción alguna entre judíos y gentiles (Evangelio Lc 4, 21-30). La misión profética de Jesús está prefigurada en Jeremías, el gran profeta de Anatot durante el primer cuarto del siglo VI a.C, de cuya vocación y misión, en tiempos de la reforma religiosa del rey Josías y luego durante el asedio y la caída de Jerusalén, trata la primera lectura (Jer 1, 4-5.17-19). Pablo, segregado desde el seno de su madre, prolonga en el tiempo la misión profética de Jesús, poniendo el acento en el amor cristiano, como el carisma que relativiza todos los demás y que constituye la verdadera medida (1Cor 12, 31 - 13, 13).

Para el hombre, cualquiera que sea su circunstancia, toda propuesta que venga de Dios es una provocación, porque le saca de su rutina, de sus esquemas mentales, de su aurea mediocridad. Ser y vivir hoy como cristiano es también provocar, pero se trata de una provocación saludable. Hay que provocar inseguridad en la mentalidad, para que se realice una verdadera conversión, cambio de mentalidad, metanoia.

Hay que provocar con la "debilidad" de todo hombre, para que adquiera relevancia y sentido en toda vida humana la fuerza y el poder de Dios. Hay que provocar con las baratijas de felicidad que los hombres compran en el supermercado de la sociedad o de la cultura, para que abran los ojos a la auténtica felicidad que está en Dios y que Dios nos da. Hay que provocar al hombre en sus miserias y ruindades para qué tome conciencia de su grandeza como imagen de Dios, como hijo de Dios. Si el cristianismo no provoca ni sacude al hombre en su interior, es que ha perdido fuerza revulsiva y mordiente, es que ha perdido su razón de ser en la historia.

Un grave y frecuente error del hombre es confundir el contacto físico o la relación sexual, o el eros sentimental, con el amor, con el ágape. El amor cristiano no es un momento pasajero, epidérmico o sentimental, efímero como las hojas de otoño, insatisfactorio como todo "juego" egoísta y frecuentemente sensual. El amor cristiano reverbera corporal o sentimentalmente, pero su más pura esencia es interior, espiritual, divina. El amor cristiano es una actitud del alma que mide todo objeto, toda ciencia, toda relación, toda actividad, todo acontecimiento. ¿Es el amor cristiano la medida de tus relaciones con los demás, de tu vida familiar, de tu dinero, de tu trabajo o profesión, de tus diversiones? Si el amor es la medida de todo, la medida del amor es un amor sin medida. ¡Cuánto queda todavía por hacer!.


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