domingo, 28 de junio de 2009

El poder de la fe se llama caridad


Domingo 13o. del Tiempo Ordinario. El punto de convergencia de las lecturas se sitúa en la potencia de la fe. En el Evangelio (Mc 5, 21-43) a la incapacidad de los médicos para curar a la hemorroísa responde la fuerza curativa de la fe en Jesús; a la potencia de la muerte que se ha impuesto a la vida de la hija de Jairo responde un poder mayor de Cristo para volverla a la vida en virtud de la fe. Estos dos ejemplos evangélicos evidencian que Dios (y Jesús, Mesías e Hijo de Dios) no ha creado la muerte, sino que Él es El Señor de la vida (primera lectura, Sab 1, 13-15; 2, 23-24) y tiene, por tanto, poder sobre la misma muerte. La fuerza de la fe y el poder de Dios se manifiestan en la vida de los cristianos, pues gracias a la potencia de la fe son capaces de superar barreras étnicas y culturales, y expresar su caridad fraterna a los hermanos de Judea mediante la colecta (segunda lectura, 2Cor 8, 7.9.13-15).

El poder de la muerte es universal. Es un poder inquietante, que suscita preocupación, angustia. Es un grande interrogante clavado en el corazón de la historia: ¿Quiere Dios la muerte del hombre? ¿Tiene la muerte la última palabra? ¿Tiene algún sentido el morir? Un esbozo de respuesta hallamos en la liturgia de hoy.

La muerte, no como paso de un estado de vida a otro, sino como pérdida de la relación con la fuente de la vida que es Dios, como ladrón que nos arranca violentamente el tesoro de la vida, no tiene en Dios su origen, sino que ha entrado en el mundo por envidia del diablo. La carga de angustia, de desesperación, de nihilismo que la muerte trae sobre sus hombros, proviene del enemigo de Dios y del hombre, del enemigo de la vida, que es el demonio.

El Evangelio presenta un altísimo contraste entre la incapacidad humana ante la enfermedad y la muerte, por un lado, y por otro la fuerza impresionante de la fe.

"La fe actúa mediante la caridad", nos dice san Pablo. La fe crea la solidaridad. Gracias a Dios, en la conciencia colectiva de nuestro tiempo, hay una sensibilidad mayor para con las necesidades de nuestros hermanos cristianos, y de todos los hombres. En este año jubilar, bienvenida sea la internacional de la solidaridad de los cristianos presentes en los gobiernos y en los parlamentos, para condonar en parte o totalmente la deuda externa de muchos países sobre todo de Africa y de América Latina. Bienvenida sea la internacional de la caridad entre los mismos cristianos, de modo que en lugar de aumentarse la distancia entre ricos y pobres se vea poco a poco disminuida. Es ya mucho lo que se hace, iluminados por la fe, en el campo de la solidaridad. Queda muchísimo por hacer. ¿Qué puedo hacer yo? /Fuente: Catholic.net


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